Greg Norman, golfista mítico, “El Tiburón Blanco”, es el director de LIV, la flamante liga separatista del golf financiada por Arabia Saudita. Le preguntaron por Jamal Kashoggi (periodista asesinado en 2018) y sobre el maltrato de la monarquía a disidentes y población LGBT. Su respuesta no fue la más acertada: “Todos hemos cometido errores”. Norman no intervino luego cuando la seguridad apartó al periodista estadounidense Alan Shipnuck de la conferencia de Phil Mickelson, jugador estrella del nuevo circuito. En la sala del elegante Centurion Club, en Londres, a Mickelson también le preguntaron sobre dinero y derechos humanos, temas incómodos para el llamado “Juego de Caballeros”. Apenas salió de allí, Mickelson se fue a jugar golf con Yasir Al-Rumayyan, su nuevo mecenas.
Al pobre Lee Westwood (que en 2021 había tuiteado contra la codiciosa y fallida Superliga del fútbol europeo) le preguntaron si él acaso habría jugado en la Sudáfrica racista. Y a Ian Poulter lo interrogaron si jugaría en un torneo financiado por Vladimir Putin. “Esto es incómodo”, atinó a decir el coreano estadounidense Kevin Na. A su colega Talor Gooch le preguntaron qué sentía siendo un “empleador de facto del régimen saudí”. “No soy tan inteligente”, respondió Gooch. “Trato de meter una pelota de golf en un hoyo pequeño. Y eso ya es bastante difícil”. El golf está lejos de movilizar las pasiones del fútbol. Pero el deporte mundial asistió la semana pasada a un hecho inédito. El inicio de una liga rebelde en el alto nivel. Y el deporte cada vez más usado como “lavado de imagen”. Como “poder blando”.
La prensa británica (no los hinchas, que saludaron felices a Papá Noel) ya había reaccionado por el desembarco de Arabia Saudita en el equipo inglés de Newcastle. Y hasta Leo Messi sufrió la ira del conocido periodista John Carlin, que lo denostó en el diario La Vanguardia por haber asumido como “embajador turístico” del régimen. “La prostitución más mierdosa de imagen que se ha visto en esa cloaca en la que vivís, el mundo del fútbol profesional…Vender la miseria de alma que te queda a Mohamed bin Salman, hijo predilecto del rey, asesino, torturador, opresor de las mujeres, verdugo de los gays, amiguete de Putin y poder absoluto en la beata nación saudí”, apuntó Carlin contra Messi.
Ahora, una organización de víctimas por el ataque a las Torres Gemelas de 2001 califica de “traidores” a los golfistas. “Cuando te asocias con los saudíes te conviertes en su cómplice”. El golf es parte del plan “Visión 2030″. Arabia Saudita compró a Occidente Fórmula 1, caballos, boxeo, lucha libre, deportes electrónicos, fútbol, cultura y arte. Pero esta liga rebelde suena como un golpe más profundo. ¿Es el deporte futuro?
El torneo de Londres, más entretenimiento que competencia, se jugó casi sin público, patrocinadores ni TV. Los ingleses Westwood y Poulter jugaron “frente a tres hombres y un perro”, ironizó un cronista. Hubo burlas también por las trompetas, los taxis negros que trasportaron a los jugadores, cabinas rojas, autobuses de dos pisos, aviones de guerra, Guardia de Granaderos y otros estereotipos londinenses. Y el grito de Arlo White, ex comentarista de ABC, cuando Martin Kaymer, un ex 1 del mundo, anotó “el primer birdie en la historia de LIV Golf”. “Nunca había visto tantas sonrisas en los jugadores”, aduló White en la trasmisión por Youtube. A los pocos minutos de iniciado el torneo llegó la noticia de que la PGA, algo así como la FIFA del golf, suspendía a diecisiete de los jugadores rebeldes, entre los cuales Mickelson, Westwood, Poulter, Dustin Johnson y Sergio García. Daño calculado. El torneo de Londres, primero de siete del calendario LIV (algunos se jugarán en canchas de Donald Trump), les pagó una bolsa récord de 25 millones de dólares (4 millones para el ganador, 120.000 para el último). Y, ante todo, pagó jugosos “incentivos”: 200 millones de dólares para Mickelson y 150 para Johnson, entre los principales. Cuentan que Tiger Woods rechazó una oferta de mil millones de dólares.
En el mundo árabe algunos sonríen. Recuerdan que la propia PGA ya hizo negocios con Arabia Saudita sin que nadie dijera nada. Y que la PGA funciona en un país que suma más de 1500 muertos por pena capital, una policía que mata a casi treinta veces la tasa de la policía alemana y que encarcela a 664 de cada cien mil personas (contra las 93 de Francia, por ejemplo). Y que tiene en prisión a un tercio de las mujeres encarceladas en el mundo.
Desde hace décadas, Estados Unidos convirtió además a Arabia Saudita en el mayor comprador de armas del mundo. Hay inversiones árabes que van de Disney al Citigroup. Y el presidente Joe Biden que hará una visita oficial inminente a Riad para pedirle al príncipe heredero bin Salman por el precio del gas. “Decirle a los deportistas, no a las empresas ni a los gobiernos, que son las únicas personas que no pueden ganar dinero con los regímenes represivos parece tremendamente inconsistente e injusto”, escribió Dan Wolken. Su artículo en Golfweek dice en el título que “criticar a los golfistas” implica “ignorar la realidad de un mundo complicado”. Y que no todos los críticos tienen “la claridad moral” para decirle a los deportistas que recibir dinero árabe “no vale el sacrificio de la conciencia”.