«Te invito a que te quedes con nosotros los próximos cuatro años, cobrando medio millón de euros al año«. Con el dinero por delante y una oferta de renovación mareante se dirigió Luis Rubiales a Jorge Vilda durante la rueda de prensa de la Asamblea Extraordinaria del pasado viernes, una forma de tratar de ganarse la complicidad del seleccionador femenino, con quien le une (o unía) una gran relación y al que el presidente ahora inhabilitado de la RFEF siempre había defendido.
Jorge Vilda ha pasado de tocar el cielo a estar al borde del despido en apenas diez días. De ganar el Mundial y reivindicar su figura a verse con pie y medio en la calle después de un terremoto del que tiene casi imposible salir con vida.
Ha sido el año más convulso de la vida deportiva del seleccionador femenino español. El pasado mes de septiembre, 15 jugadoras —Ainhoa Vicente, Patri Guijarro, Sandra Paños, Amaiur Sarriegi, Leila Ouahabi, Lucia García, Mapi León, Laia Aleixandri, Claudia Pina, Lola Gallardo, Nerea Eizagirre, Andrea Pereira, Aitana Bonmatí, Ona Battle y Mariona Caldentey— renunciaron a acudir con el combinado nacional si no había un gran número cambios en la estructura del equipo. Nunca llegaron a decirlo claramente, pero una de las peticiones de las futbolistas era que Vilda fuera relevado como entrenador.
El técnico madrileño se mantuvo firme y recibió el respaldo total y absoluto de Rubiales. La Federación consideró la postura de ‘las 15’ un chantaje y las jugadoras que firmaron el comunicado dejaron de acudir a la selección española.
Jorge Vilda rehizo el equipo y los resultados, pese las importantísimas ausencias, le acompañaron. La victoria en un amistoso ante la campeona del mundo, Estados Unidos, supuso un espaldarazo casi definitivo: las jugadoras que habían renunciado solo volverían si enviaban una carta solicitando su regreso.
Los meses pasaron y el Mundial femenino se acercaba inexorablemente hasta agrietar el grupo y dividirlo. Varias se mantuvieron firmes en su negativa a volver a la selección (Mapi León y Patri Guijarro fueron los nombres más importantes), pero otras decidieron volver. Entre ellas, Vilda decidió convocar solo a tres (Aitana Bonmatí, Mariona Caldentey y Ona Battle). Fuera se quedó Sandra Paños, pese a ser titular en el Barcelona, vigente campeón de Europa, y haber solicitado regresar. Sí que fue también convocada Alexia Putellas, que no formaba parte de las 15 al estar entonces lesionada de gravedad, pero que les había mostrado su apoyo.
Llegó el Mundial y la selección española comenzó a superar obstáculos. Con las goleadas ante Costa Rica y Zambiase selló el billete para octavos, pero el batacazo ante Japón (4-0 en contra) hizo que las dudas aparecieran.
Jorge Vilda tomó decisiones arriesgadas entonces y todo le salió perfecto. Sentó a Misa para poner a Cata Coll, y la meta suplente del Barça rindió a la perfección; y Alexia Putellas, alejada de su mejor versión tras volver de su larga lesión, fue inquilina habitual del banquillo. De hecho, en la final no salió hasta el minuto 90. También le salió bien al seleccionador.
Tras ganar a Suiza, Países Bajos y Suecia, la victoria en la final ante Inglaterra encumbró a las jugadoras españolas… pero también era una reivindicación para Vilda. El triunfo, le pesara a quien le pesara, era bajo su mando. Había ganado. O eso parecía.
El terremoto en torno al comportamiento de Rubiales tuvo su punto álgido el viernes, con una infame rueda de prensa en la que el presidente de la RFEF, para justificar su comportamiento en el palco —se tocó sus partes junto a la infanta Sofía y la reina Letizia— recurrió a lo mal que lo habían pasado tanto él como Jorge Vilda. Dirigiéndose expresamente a él, el máximo dirigente de la Federación le prometió entonces que le triplicaría el sueldo: recordó que cobraba «160 o 170.000 euros» y se lo subió de inmediato a medio millón anuales ante el asombro de los presentes y todos los que presenciaban la rueda de prensa en directo.
Tras el discurso, Jorge Vilda aplaudió a su presidente —junto a muchos otros, entre ellos y a su lado Luis de la Fuente— y eso fue el principio del fin. Había quedado retratado y no tardó en ser señalado por la opinión pública.
Tras la inolvidable rueda de prensa, todas las jugadoras que acudieron al Mundial, unido a otras más para formar un total de 50, renunciaron a acudir a la selección española mientras continuara Rubiales como presidente. Y Vilda había quedado señalado como un pretoriano de Rubiales. Su situación ya se antojaba como insostenible.
Su comunicado del sábado, después del que emitió De la Fuente y de la dimisión en bloque de su cuerpo técnico, llegó tarde. Y mal. Se desmarcaba de las palabras y todos los actos de Rubiales, pero su credibilidad ya estaba más que tocada. Abandonaba el barco demasiado tarde.
Desde el viernes, y pese a su comunicado del sábado, son muchas las voces —entre ellas, Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda en funciones— que han pedido la destitución del madrileño como seleccionador femenino y en la Asamblea Extraordinaria del lunes se trató el asunto. La decisión está ya tomada y solo falta ver cómo se arregla la rescisión del contrato de Jorge Vilda.