Tras décadas calculando las calorías que tomamos, y haciéndonos trampas al solitario para reducir su ingesta, muchos nutricionistas coinciden en que centrar en ellas la dieta es una estrategia completamente obsoleta. Porque el error es escoger los alimentos en función del famoso acrónimo kcal, y no de las características de la propia comida. «No se engorda por comer mucho, sino que se engorda por comer mal. De la misma forma que no se adelgaza comiendo poco, se adelgaza comiendo bien», afirman los médicos. Porque el secreto para reducir grasa corporal no estriba en contar calorías, sino en crear el hábito de comer más sano.
Juan Revenga aboga por el fin de las calorías en su blog de El Comidista. «A fin de cuentas, el paradigma calórico se remonta a finales del siglo XIX y así estamos, bien entrado el siglo XXI, con unos importantes y crecientes problemas de obesidad, pero contando calorías como si no hubiera un mañana», declara con rotundidad.
Y es que ni todas las calorías son iguales ni un mismo alimento engorda igual a todo el mundo. «En un mundo ideal, la idoneidad de un alimento vendría medida por un número. A más bajo, mejor alimento y cuanto más alto, peor alimento. ¿Ridículo, verdad? Pues esto mismo es lo que se pretende atribuir a las calorías de los alimentos. Más calorías, peor elección; menos calorías mejor elección. El reduccionismo galopante de las calorías puede hacernos caer en importantes errores», indica.
¿LEGUMBRES O PIZZA?
Los ejemplos para ilustrar esta tesis abundan. Así, un plato de legumbres puede tener igual o más calorías que una hamburguesa o una pizza de cualquier franquicia que vemos por nuestras calles, pero ¿qué hacemos, elegimos pizza ultraprocesada porque tiene menos calorías?
También un vaso de agua puede tener las mismas calorías (cero) que las de un refresco con edulcorantes acalóricos; o una barrita ultraprocesada a base de chocolate puede tener menos calorías que una pieza de fruta. «Medir la idoneidad de una elección en base, solo, a sus calorías podría ser un error que, lejos de suponer una solución, haría más grave el problema de la obesidad».
La misma opinión sostiene la nutricionista María Neira, para quien no es importante fijarnos en las calorías porque las calorías, en función del alimento del que procedan, serán asimiladas por nuestro cuerpo, de una forma diferente. «Cuanto más procesado está el alimento, menos esfuerzos tendrá que emplear nuestro organismo para aprovechar sus nutrientes, y por tanto sus calorías». «Si ponemos de ejemplo a los frutos secos, que suelen ser uno de los alimentos más demonizados por su aporte calórico, vemos como en la práctica, al consumirlos, aprovechamos en torno a un 70-75% de sus calorías iniciales en lugar del 100% como se podría llegar a creer», mantiene.
Los factores que intervienen en el hecho de adelgazar o engordar son mucho más complejos que estas simples unidades que expresan el poder energético. En este sentido, Revenga recomienda el libro, El cerebro obeso, en el que se explica por qué sentimos el impulso de comer y por qué nuestras elecciones alimentarias son las que son en un entorno hostil caracterizado por una salvaje abundancia alimentaria.
Abrir o no la nevera para picar algo, ponerse o no una segunda ración, elegir servirse un cazo más o no; pillar unos snacks en el súper, preferir una guarnición de patatas fritas en lugar de una ensalada, o tomar un helado en lugar de fruta depende solo de nuestro cerebro.